Caminé hacia la nevera de postres, con un nudo en la garganta. Ese nudo que se forma cuando tienes ganas de llorar y te la aguantas, pero sientes que al tragar la saliva se detiene y baja lentamente haciendo un ruido como que raspa. Tomé dos envases de bizcocho tres leches y los empaqué en una bolsa de papel blanco, con dos cucharas plásticas. Regresé al mostrador, le entregué el paquete al niño, y le dije “suerte”.
Me había topado al niño que esperaba que lo atendieran, en una que pasé por la barra del restaurante en que trabajo. “¿Te están ayudando?”, le pregunté. “No”, fue su contestación. “Pues, ¿en qué te puedo ayudar, entonces?”
El niño estaba muy bien vestido, como que iba para una fiesta o para la iglesia... con una camisa blanca recién planchada, y su pelo peinado en un “gallito” con gel. Tenía unos cuantos billetes en la mano derecha. Parecía como de diez años, pero su voz estaba empezando a cambiar hacia la de un adulto. “Quiero saber cómo sirven un bizcocho tres leches para llevar, si en un plato o son esos que vienen en vasito de aluminio...”, me dijo con cara de preocupado. “Vienen en una copa plástica con tapa”, le dije. Su genuino gesto de decepción me hizo buscar uno en la nevera para que viera el estilo del empaque, por si eso le resolvía algo.
“No... creo que me sirva... es que yo... tengo que... es que voy a llevar... “, el niño buscaba infructuosamente las palabras apropiadas, “...es que mi papá está encarcelado y le quiero llevar un tres leches, que a él le gusta... pero no me lo van a dejar entrar en ese empaque”. Lo dijo bajito, como quien menciona que alguien está afectado con “cáncer”, y si se dice en bajito es menos devastador.
Miré alrededor a ver si alguien más sentía, como yo, el balde de agua fría, pero no había nadie. “Si no lo vas a poder pasar, es preferible que no te lo lleves”, fue lo mejor que pude decir en tono paternal.
“Mejor déme dos, porque si puedo entrarlo, me quiero comer uno con él”.
No sé quién es el niño, mucho menos su padre, ni qué hizo para estar en la cárcel. Por su manera de vestir y de comportarse, pienso que ha de ser por algún caso de “cuello blanco” o de corrupción. De lo que sí estoy seguro es de que ese niño adora y extraña a su padre. Su cara de desolación al ver que el pedazo de bizcocho venía en el empaque incorrecto, la tengo grabada en mi mente y no he podido dejar de pensar en ella. Si ese papá pudiera ver esa cara, sería peor castigo que todo el tiempo que va a purgar en la cárcel.
True story. Domingo, 15 de julio de 2012.