– “¿Te atreves a pintar un mural?”, me preguntó Angel un día.
– “Si”, contesté.
– “¿Te atreves a hacerlo en madera?”, dijo otro día.
– “Bueno...”
– “Pensamos que sería mejor en cerámica... ¿te atreves?”, dijo un poco más tarde.
– “... Creo que sí...”
– “Ya sabemos lo que queremos que hagas...”
Me pidieron el sol.
Mi hermana menor y mi cuñado se acercaron un día para contarme que querían abrir un restaurante mexicano. Entre una cosa y la otra, surgió que el sitio se iba a llamar Las Nanas, y esa misma tarde les diseñé un logo.
Desde el principio pensamos en el calendario azteca como imagen recurrente, pero la complejidad de esa pieza y la dificultad para reproducirla nos hicieron cambiar de idea. De todos modos nos gustaba la rueda indígena como fondo, así que me dirigí hacia un sol con imaginería mesoamericana. Camille se emocionó mucho cuando lo vio finalizado. La tipografía del nombre salió de la primera, un tipo de letra geométrica bien sencilla que parece esculpida.
La idea del restaurante siguió tomando forma, confirmaron el local y comenzó el diseño del interior. El concepto era el de un almacén industrial, con decoración ultra lujosa y femenina.
Paredes empañetadas sin pintar, con candelabros de cristal de roca; Madera rústica maltratada, tapizada en terciopelo; vajilla de porcelana, sobre bloques de madera.
Mandamos a construir la barra, las mesas, los tablilleros, cortinas, lámparas, equipos...
Hace décadas no trabajaba el barro. Cuando era estudiante de arquitectura tomé clases con el reconocido ceramista Jaime Suarez, quien exhibe piezas en los más importantes museos del mundo, que era mi maestro y con el tiempo, mi amigo. En aquél momento Jaime era parte de un colectivo de ceramistas llamado Manos, que tenía su propia galería en el Centro de Convenciones, y que más tarde se convirtió en Casa Candina. Allí yo compartía con Toni Hambleton, Jorge Cancio, Lorraine de Castro, Gretchen Haeussler, y otros importantes artistas. También estudié en los talleres de la UPR y la Liga de Arte en el Viejo San Juan... hace décadas. Ahora mismo no sabía ni por dónde empezar, pero no le tuve miedo al proyecto.
Comencé por buscar el barro. Estuve por las tiendas que conocía pero ya ninguna existe. A punto de darme por vencido, esa tarde llegué al Buen Vecino Café y por hacer conversación le mencioné a Quique de dónde venía. Resultó que la joven que tenía al lado era ceramista y me refirió a Arnaldo Serrano, de Frank’s Ceramics en Carolina. Al otro día temprano me presenté al lugar.
Serrano resultó ser un tipo super amable, bien emprendedor, motivador, y enseguida se insertó en el proyecto que le expliqué. Me dio par de “tips” y se ofreció a quemar el mural en sus hornos. Debido al tamaño de la pieza, que casi llega a los ocho pies de diámetro, la quemada se hizo en dos etapas. Algunas de las piezas se quebraron en el proceso, pero la rotura se integró al diseño y ahora los “amarres” con cable de bronce son parte del mural.
Montar las piezas de cerámica sobre la base de madera fue un proyecto de por sí. Una a una, armar el rompecabeza que nunca había visto completo, sino en mi mente.
Mientras lo instalaba entró mucha gente al local y comentaban que me había vuelto loco, pero ya hacia el final se entendía la compleja pieza.
Sale el sol
Cuando iba a empezar a trabajar el barro, Camille me explicó por qué se conmovió tanto al ver la imagen del sol, que en el centro tiene la forma abstraída de dos manos que se juntan.
Sacó su celular y me mostró una foto de su mano junto a la de papi, en una posición similar a la del logo. Papi murió hace unos meses y esa foto era en el hospital días antes de su muerte. En ese momento todo el proyecto tomó una nueva dimensión, para convertirse en un homenaje a papi y a nuestra familia.
El nombre Las Nanas viene de que así era que papi llamaba a Camille, y cuando llegaron las nietas, se convirtieron en Nanita y Nanitita. De ahí que ellas son Las Nanas.
Rayo de la Música, final. |
Rayo del Café, Final. |
Esa mañana que me enfrenté al barro por primera vez, en realidad sentía una gran responsabilidad en muchos aspectos. Tenía que quedar memorable no importara qué, y hacerlo fue casi una actividad ritual. Hice moldes de cartulina para cortar las piezas, y en ese momento pensé que cada uno de los cuatro rayos principales debería tener un tema que lo relacionara con el restaurante. Pensé en comer, beber, tomar café, escuchar música... y empecé a trabajar.
Rayo de la Comida, en proceso. |
Rayo de la Bebida, en proceso. |
Angel me había pedido que la familia y algunas amistades tuvieran participación en la pieza central del mural, la parte de las manos. Al otro día nos reunimos en su casa y una vez corté las piezas que configuraban las manos, todos pusieron su marca.
Mami grabó su anillo de boda y el de papi; Angel y Elsie hicieron lo mismo; mi hermano Jose escribió varias frases; el reloj de papi, la vaina de un flamboyán, su árbol favorito; Rocky puso una moneda que trajo de México; las nenas presionaron sellitos de goma y al final todos firmamos una placa que está debajo del mural.
El tamaño de la pieza terminada, que mide ocho pies (2.4 metros) de alto, aparte de los reflectores que la iluminan, la hace un punto focal importante en el local. He visto a varias personas preguntar por él, y algunas inclusive han pedido que yo vaya a la mesa a explicar. Los meseros saben la historia, y se les ha invitado a contarla si le preguntaran. Otras personas lo miran y pensarán que es un adorno más, y eso está bien porque esa era la intención original.
Para mi y mi familia, es una imagen gráfica de quienes somos. Una familia compuesta de muchas partes separadas, con personalidades propias y distintas, que a la larga componen un todo. Que se ha ido formando como las piezas de barro suave, y que al pasar por calor intenso se ha convertido en piezas sólidas de piedra. Que se aferra a una base sólida como de madera, con cables maleablemente fuertes de metal.
Al finalizar, mi hermana me sorprende con lo que escribe en su página personal de Facebook:
“Arquitecto de sueños y proyectos. Escenógrafo de las más bellas producciones de teatro. Apasionado profesor universitario de las artes, comunicaciones y producción de teatro.
Le pedimos un detalle para el punto focal de Las Nanas Cantina y, como de costumbre, se le fue la mano. Hoy, gracias a él, tenemos un monumental logo, hecho a mano en barro, con descripciones únicas, que van desde la comida, la bebida, la música y el café, hasta lo más íntimo, el símbolo de mi mano con la de Papi, que en paz descansa.
Perpetuó su talento en una pieza que no se quita cuando baja el telón, ni termina su semestre en la universidad. Más bien, nos ha obsequiado una pieza para contemplar, conversar acerca de ella, admirar o, simplemente tener de fondo, en ese lugar especial al que se desee ir a pasar un buen momento, entre una sabrosa comida, rica bebida, buena música, o un sabroso café, solos o acompañados, en el día a día. Mil gracias.”
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