A veces siento nostalgia de algunas cosas de mi Navidad “de antes”.
No digo mi Navidad “de niño” porque hay recuerdos muy recientes que igualmente echo de menos. Me hace falta:
• El pesebre frente al capitolio
en lo que ahora es la infame “lomita de los vientos”. Año tras año ponían los mismos muñecos tamaño real (maniquíes) vestidos con telas satinadas de colores brillantes en un pesebre de madera.
Un poco más adelante había un corral con varios caballos y alguno que otro animal de finca. Había también unas casitas liliputienses hechas de madera que representaban el poblado de Belén. Mi familia hacía una salida especialmente para ver la exhibición, y siempre salíamos deslumbrados con los mismos muñecos de siempre. Hoy día el ambiente es totalmente distinto, y las casitas alusivas son para vender frituras y bebidas.
• La vitrina de González Padín
en el Viejo San Juan (hoy Marshall’s). Al dejar atrás el pesebre frente al Capitolio, nos dirigíamos a ver los muñecos con movimiento de aquella tienda, que todos los años montaba un espectáculo en las vidrieras que dan al frente de la Plaza de Armas. Tocaban música navideña por las bocinas y había un ambiente general de alegría.
En la acera los vendedores ambulantes vendían crispé, bolas de “pop corn” pegado con una melaza rosada muy pegajosa, marrayos, coquitos, tirijalas y otros dulces.
• La música jíbara
Ramito |
Las mañanas frías de diciembre me hacen revivir las madrugadas en la casa de mi abuela. Madrugadas, porque ella se levantaba extremadamente temprano, y si despertaba a eso de las seis, exclamaba “¡...se me fue el día!”.
Lo primero que hacía era prender el radio que tenía en la cocina, e invariablemente lo que se escuchaba era música jíbara navideña.
Lo primero que hacía era prender el radio que tenía en la cocina, e invariablemente lo que se escuchaba era música jíbara navideña.
Toribio. |
Así conocí -y aprendí a admirar- entre otros a Ramito, Chuíto “el de Bayamón” y a Toribio, un tocador de güiro a quien más tarde vi en el busto que le erigieron en la placita frente a La Mallorca en el Viejo San Juan.
Una mañana hace un par de diciembres llegué a mi cocina en la oscuridad y al encender el radio escuché la música de mi abuela. Sentí el frío de la mañana y tuve lo que llaman un “deja-vu”. En realidad sentí que estaba en la vieja cocina de mi abuela.
Una mañana hace un par de diciembres llegué a mi cocina en la oscuridad y al encender el radio escuché la música de mi abuela. Sentí el frío de la mañana y tuve lo que llaman un “deja-vu”. En realidad sentí que estaba en la vieja cocina de mi abuela.
• Las parrandas
Desde niño y hasta mis años de universitario, las parrandas eran parte de la Navidad. Por una mezcla de la criminalidad rampante y las urbanizaciones cerradas, esa actividad desapareció. La parranda salía de la casa en donde se reunía el grupo, hacia la residencia de los amigos que habían decidido no venir. Llegábamos sigilosamente de madrugada, cuando todos en la casa dormían, y de repente empezábamos a cantar. Una vez despiertos y después de tomar alguna cosa, nos llevábamos al dueño para despertar la próxima víctima.
A veces seguíamos a aquellos que decidían marcharse temprano y le “caíamos” de castigo. En la última casa (la que escogíamos en particular porque la mamá de nuestro amigo cocinaba muy bien) nos hacían desayuno.
No siempre "todo tiempo pasado fue mejor"... pero a veces deja recuerdos más queridos.
No siempre "todo tiempo pasado fue mejor"... pero a veces deja recuerdos más queridos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario