
Hace un par de semanas mientras almorzaba en un restaurante de comida vegetariana, la mesera me ofreció refrescos de ajonjolí, de guanábana y de tamarindo - ¡ni me acordaba que existiera tal cosa como tamarindo! Bueno, la cosa es que terminé tomándolo, y con infinita curiosidad.
Días más tarde me topé con las vainas de la fruta en la placita del mercado. Una bolsa llena... más o menos una libra por un sólo dólar. Me pareció estupendo y la llevé a mi casa para hacer refresco. Si, ¿cómo se hace? Lo que tenía en la mano era una fruta de cáscara dura con una pulpa fibrosa y pepitas adentro.
Le pregunté a mis amigos cocineros, y a duras penas la contestación general fue que hirviera la pulpa en agua para que se disolviera y pudiera sacar la fibra y las semillas, colándolo. A duras penas, porque los que acostumbran usar tamarindo en sus comidas, lo hacen utilizando pastas comerciales que ya vienen procesadas.
Busqué en YouTube y efectivamente las instrucciones de los chefs de India, en donde se usa mucho la fruta, pedían que se hirviera. Solamente una joven dejaba la pulpa sumergida en agua "overnight" para ablandarla y separarla facilmente con los dedos al otro día. Más adelante mi madre me explicó que así era que la sacaba mi abuela. Ni modo.
Me dispuse a cocinar el tamarindo: era cuestión de romper la cáscara, sacar la pulpa y echarla en la cacerola... después de asquearme con la cantidad de insectos que había anidados dentro de las vainas. De eso sí me acordaba, ¿ves? Recordaba que de niño me asqueaba encontrar los insectos en la fruta. Esa parte no se me olvidó.
Nada, finalmente hice una base que he ido diluyendo en refresco poco a poco y disfrutándolo.

Todavía no la he usado, pero más adelante te contaré cómo salió.
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