lunes, 11 de agosto de 2025

"A tu lado, Camila"


“Camila, ¿vos creés en las historias de amor?” 

Como quien le pregunta a un niño en navidad si cree en los Reyes Magos, la abuela de Camila le hace esa pregunta. La contestación, que más que respuesta es una sentencia de muerte, desata uno de los más tórridos romances de la cinematografía Argentina. 


Con este filme comienzo una serie de artículos, basados en mis películas favoritas de toda la vida, en los que entrelazo las historias, con su país de origen en muchos casos, y la gastronomía que sugiere. 

La idea es que el lector se sumerja no sólo en la trama de la película, sino que adopte su ambiente mientras la disfruta, pruebe algunos platillos de la era o del país, y si se anima, hasta se vista apropiadamente según la época. 

Esta primera entrega se compone de cuatro filmes que escogí basándome en la cocina de sus países: Argentina, Italia, Brasil y Japón. Todas las películas son clásicos y se consiguen fácilmente a través de los sistemas de alquiler, páginas de Internet o en DVDs. 


CAMILA 

1984 - Dirigida por María Luisa Bemberg 

 En el Buenos Aires de 1840, una bella joven de alta sociedad se enamora de Ladislao, un sacerdote Jesuíta. Tras muchas tribulaciones, Ladislao sucumbe y ambos se escapan hasta un pueblo del interior en donde establecen una escuelita para niños, como si estuvieran casados. 

Luego de varios meses, el cura del pueblo, Michael Gannon, un sacerdote irlandés, los descubre y los acusa. Las autoridades los apresan y ajustician por presiones de la iglesia y de la misma familia de Camila, a pesar de que la ley prohibe la ejecución de una mujer que esta embarazada. 

 

Esta historia real sobre la vida de Camila O’Gorman, está protagonizada por Susu Pecoraro e Imanol Arias (protagonista de la serie española Cuéntame); Héctor Alterio, como el padre de Camila; y Mona Maris como la abuela. 

Confieso que he romantizado mucho esta película, como supongo que a todas mis favoritas. 

Les tengo un aprecio especial, aunque no dejo de entender que otro espectador pueda encontrarla anticuada y falta de tecnología moderna. Bueno, es lo que hay y lo que hubo en su época. A la larga no dejo de admirar lo logrado sin efectos especiales ni inteligencia artificial. 


 La Camila real 

Camila, la verdadera, era la quinta de los seis hijos del matrimonio de Adolfo O’Gorman y Joaquina Ximénez Pinto. Era inquieta, ávida lectora, sociable y desenvuelta, y según cuentan, con una marcada vena artística. 

 A los 18 años, en 1843 y en una de las habituales tertulias que los O’Gorman organizaban en su casa de Recoleta, esa Camila se enamoró. 

Ladislao Gutiérrez – ese era su nombre– era tucumano, tenía tres años más que ella y provenía de “buena familia”: era sobrino del gobernador Celedonio Gutiérrez, aliado de Juan Manuel de Rosas, el temido gobernador de la provincia de Buenos Aires. 

Y otra cosa: Ladislao era sacerdote en la parroquia del Socorro, en la esquina de Juncal y Suipacha, en la Capital. 

 

De acuerdo a la historia, los jóvenes se enamoraron inmediatamente. Entre ambos nació una pasión que no quisieron frenar. Esta unión generó diversas opiniones, que derivaron en un escándalo nacional. Al enterarse de este suceso, Juan Manuel de Rosas ordenó la detención de estos amantes. 

 

Tras cuatro años de romance clandestino, la pareja decidió huir para salvarse, y generó un escándalo sin precedentes en una época atravesada por las guerras violentas entre bandos políticos. El 12 de diciembre de 1847 huyeron de la ciudad. Cuando llegaron a Entre Ríos lo hicieron con una falsa identidad: Máximo Brandier y Valentina Deseán. En el pueblo de Goya, en Corrientes, abrieron una escuela. 

 

La condena social a ese amor prohibido, la persecución implacable, la vejación y el encarcelamiento de la pareja forman parte de una secuencia dramática que quedó plasmada en los textos de historia, libros románticos y en uno de los filmes más taquilleros del cine Argentino: Camila. 

 

Si bien debido a la época, no hubo un registro oficial de que Camila se encontraba embarazada. Juan Manuel de Rosas fue notificado de su condición, pero no mostró interés y decidió mantenerse firme en su dictamen. Son detenidos e interrogados por un juez, por separado. Camila insistió en que tomó la iniciativa del romance y en ningún momento había sido obligada a huir. 

La pareja fue enviada al patio trasero de la prisión donde se encontraban, y fueron fusilados. Ambos fallecieron a las diez de la mañana, el 18 de agosto de 1848. Camila tenía 20 años y Ladislao 24. Los enterraron, juntos, bajo un sauce. 

Hoy hay una placa recordatoria en el lugar donde fueron fusilados, actualmente parte de la Calle Ayacucho entre La Crujía y Libertad, en San Andrés, Provincia de Buenos Aires.


Esa primerísima escena de la película, en que la abuela hace la fatídica pregunta, la he llevado siempre grabada en el recuerdo. 

“Camila, ¿vos creés en las historias de amor?” justo al bajarse del carruaje que la trae a la casa de visita una temporada, es realmente el presagio de la ‘historia de amor’ de Camila. Su abuela, Marie Anne Périchon de Vandeuil O’Gorman –la llamaban la “Perichona”–, era una aristócrata francesa, de quien se decía tener una vida “licenciosa”.  

También recuerdo aquel memorable diálogo de los enamorados con sus ojos vendados, segundos antes del fusilamiento. 

“Ladislao, ¿estás ahí? ” 

“A tu lado, Camila”. 


 


Lo que nos gusta 

Pero volvamos a nuestra cita con el cine, con la cena, y preparemos algo muy rico para comer mientras disfrutamos de la película. He escogido dos platos relativamente sencillos -aunque nada fáciles- y que son de mis favoritos en la cocina Argentina. Como platillo principal, una Torta Pascualina, y de postre, los famosos alfajores. 

 A continuación te ofrezco ambas recetas, pero igual, si prefieres las puedes ordenar y comprar en algunos de los restoranes argentinos de San Juan. 

 

La mayoría de las fotos de ambos platillos que acompañan este escrito, son del restorán Buenos Ayres, de Punta Las Marías, en San Juan de Puerto Rico. Los prepara el Chef Alejandro, a quien se ve a cada rato mientras saca bellísimas confecciones para los mostradores.  

Allí también venden el Dulce de Leche envasado comercialmente, por si decides hacer los Alfajores, porque es un poco trabajoso de hacer desde cero, según puedes ver en la receta. Se lo comenté al mismo Chef, que miró al cielo con gesto de “dímelo a mí… que si es difícil”.  


TORTA PASCUALINA 


 INGREDIENTES 

Para el relleno: 

1 Cebolla picadita 

1 Diente de Ajo 

2 tazas de Espinaca al vapor, picada 

4 cucharadas de Aceite de Oliva 

2 tazas de queso Ricota 

2/3 taza de Queso parmessano rallado 

Pimienta 

Nuez moscada


1/2 cucharadita de Sal 

2 Huevos crudos


5 Huevos duros
 

Para la masa: 

Aceite de oliva. La cantidad que sea necesaria.


1 Huevo


Pizca de Sal


2 tazas de Harina


1 taza de Agua  


PROCEDIMIENTO: 

Para la masa: 

 En una batidora, con brazo para amasar, coloca la harina, 1 huevo, la pizca de sal y el agua. 

 Trabaja la masa hasta que se despegue del envase de la batidora.  

Luego, amásala con las manos hasta obtener una masa lisa y suave. 

Una vez que esté lista, haz 8 bollitos y deja descansar en la nevera.  

Cuando ya estén fríos, estira los bollitos descansados y apila 4 pintando con aceite de oliva entre cada uno. 

Estira hasta lograr el ancho y el espesor deseado. Acabas de hacer un “hojaldre” sencillo. 

Repite esta operación con los 4 bollitos restantes. 


 Para el relleno: 

 Condimenta el ricotta con sal, la pimienta y la nuez moscada y la mitad del queso parmesano rallado. 

 Sofríe la cebolla picadita con 1 diente de ajo. Deja reposar para que baje la temperatura. Añade las espinacas al vapor picadas y 1 huevo. Une ambas mezclas. 

 Para el montaje: 

 Forra un molde alto de chimenea con una de las masas de 4 capas estiradas y llena hasta la mitad con el relleno. Inserta los 5 huevos duros de manera bonita, espolvorea con el restante queso rallado y cubre con el relleno sobrante. 

 Tapa con la segunda masa estirada sellando todos los bordes, y pinta con un huevo crudo batido. Hornea a 350° por 50 minutos.  


ALFAJORES DE MAICENA 

 INGREDIENTES: 

1 taza de harina 

2 tazas de maicena 

1/2 cucharadita bicarbonato de sodio 

2 cucharaditas polvo de hornear 

1 taza mantequilla 

2/3 taza de azúcar 

3 yemas 

1 cucharada esencia de vainilla 

1 cucharadita ralladura de limón 

Dulce de leche para rellenar 

Coco rallado para decorar 

PROCEDIMIENTO:

Cierne la maicena, la harina, el bicarbonato y el polvo de hornear. En un envase, bate la mantequilla con el azúcar. Agrega las yemas una a la vez, mezclando bien. 

 Al mismo envase incorpora poco a poco los ingredientes secos ya cernidos. Incorpora la esencia de vainilla, la ralladura de limón y mezcla bien hasta formar una masa homogénea. 

 Estira la masa (sin amasarla) hasta que quede de 1/4 de pulgada de espesor sobre una mesa espolvoreada con harina. Corta con moldes en forma circular. 

 Coloca en una placa limpia y hornea a 350º durante 15 minutos. Una vez que las tapas estén cocidas déjalas enfriar. Forma los alfajores, uniéndolos cada dos tapas con dulce de leche en el medio.  

Puedes guardar las tapitas una vez frías en cajas herméticas para que no se humedezcan, y usarlas en cualquier momento. 


 DULCE DE LECHE CASERO 


 INGREDIENTES: 

1 litro de leche 

1 taza de azúcar blanca 

Esencia de vainilla 

1/2 cucharadita de bicarbonato de sodio 

 Calienta el litro de leche en una olla gruesa y manténlo a temperatura media hasta que esté a punto de hervir. Luego, incorpora el azúcar, y revuelve lentamente hasta que se disuelva en la leche. 

Añade el bicarbonato y una cucharada de esencia de vainilla. Cuida la temperatura. No debes dejar que la mezcla hierva. 

Deja cocinar durante dos horas, revolviendo cada 15 minutos a menos que notes que está cercano al punto de ebullición. Cuando transcurra una hora y media será momento de revolver con mayor frecuencia. 

A medida que avances, notarás que la leche adopta un tono más oscuro de caramelo. Es importante seguir mezclando hasta que ha obtenido la consistencia ideal. 

Cuando llegue a ese punto, retira del fuego, y sigue mezclando lentamente para que baje la temperatura. Este es un paso importante que ayuda a que mejore su espesor. Lo ideal es consumir el dulce de leche luego de que éste haya sido refrigerado. 

 El truco del bicarbonato es esencial porque ayuda a que espese de forma uniforme, pero no se debe añadir más de media cucharada.  


* ® - Las fotos de la película son de la promoción, y tienen sus derechos reservados.

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miércoles, 2 de agosto de 2023

Pensé que mi perro Chocolate era eterno

 

Nunca me visualicé sin él. Como poco, pensé que íbamos a llegar a viejitos juntos. De repente enfermó y en poco más de un mes se fue a descansar. Los nueve años conmigo no fueron suficientes y lo echo mucho de menos. Este luto no está fácil.

Hasta en el último momento me estuvo dando lecciones. La última, que todo el dinero del mundo no sirve para devolver la salud. Esa la aprendí de mala manera: gasté todos mis ahorros, me embrollé pagando sus tratamientos, y al final no logré salvarlo.

Mi perro Chocolate era un maestro, como Yoda. Al principio me pregunté por qué toda esa inesperada sabiduría venía en ese empaque, pero a la larga entendí que era así y punto. 


Sin proponérselo me puso muchas pruebas, de las que he aprendido a apreciar lo más básico de las cosas: como la tolerancia; la compasión; la responsabilidad; lo que verdaderamente es importante en la vida y lo que no; y me ha dado cátedra de lo que es la humildad.

 

Aprendí a limpiar caca, pipi y vómitos sin morirme del asco, a ceder el único pedazo de pan que queda, a no postergar el ir al colmado porque él se quedaría sin comer esa noche.

Me vi obligado a aprender a hablar en “perro”. Chocolate no hablaba mi idioma ni yo el suyo, pero establecimos qué sonidos significan qué. Cuando quería subirse a la silla con Papá; cuando quería comer; cuando se quedó con hambre y quiere más; si quería “treats” o un hueso. Cuando quería entrar; salir; subirse a la cama; que abra la puerta de la terraza; que prenda la luz porque ya oscureció; o que hizo caca, para que vaya a limpiarla porque era muy limpio. Un día me vino a buscar para que prendiera la fuente de agua del jardín porque le hacía falta el sonido del agua al caer. Me recordaba que tomara mis medicinas en la mañana, y ya, las he olvidado un par de veces.

Yo por mi parte le hablaba claro. Le decía lo que iba a hacer: si voy a la cocina; si voy al baño; el momento de dormir o comer. Si voy a trabajar le decía en dónde, porque de eso depende la hora en que llego, si iba a la Universidad salía más temprano y él esperaba eso porque pasamos más tiempo juntos.

Cuando hacía algo que me molesta, me lamía la cara para disculparse, como señal de que yo sigo siendo el papá. Si me daba un golpe sin querer, lamía la herida para curarme.

Estaba acostumbrado a comer conmigo. Siempre sujeté su plato en lo que comía. A veces le bastaba con que me parara a su lado en lo que terminaba. Si me quitaba, me buscaba y lloraba para que regresara, y sólo entonces continuaba a comer. 

En las mañanas desayunaba café conmigo. Me velaba en lo que lo tomaba y lamía la espumita que le dejaba a propósito en el fondo de la taza. Después comía lo suyo, porque no comía hasta que tomaba el café. En sus últimos días no quiso la espumita, y ya me sospechaba que el final estaba cerca. Ahora, por la mañana lo recuerdo cuando termino el café y no hay nadie para lamer la espumita.

Le encantaba el “pam”. Le tostaba de sandwich durante la semana y aguardaba sin protestar porque ya sabía que hay que esperar por la tostadora. Las veces que voy al mercado orgánico y traigo pan artesanal, hacía fiesta. Esa reacción me ha demostrado que el hecho de que es natural sí hace una diferencia. No pensé que el perro supiera distinguirlo, pero sí.

En la panadería en que le compraba el pan artesanal ya sabían que era para él. Al principio era un chiste que yo comprara el pan para el perro, pera luego lo tomaban como un compromiso serio que tengo con la alimentación de mi mascota. Un día me preguntaron cuánto tiempo le duraba la hogaza, y si yo también comía de ella. Mi respuesta, que parece que llamó la atención, fue “el pan le dura como cuatro días, y sí como también, a menos que vea que no voy a poder llegarle a la panadería a tiempo a por más, y entonces no como, para dejárselo a él”.

Anoche precisamente pensé eso. En realidad a veces no había mucho para prepararme de comida, amén de cocinar arroz o algo al horno que tardara mucho. Chocolate, sin embargo, tenía su comida, pam artesanal y agüita fresca.

 

A la larga hice la costumbre de cocinarle una “dieta”, y yo comía de lo mismo. El día que faltó, que ya no tenía que hacer ‘dieta”, me perdí y no supe qué cocinar para mi.

 

Vivo en la casa de Chocolate.  Si por allí pasara…

Chocolate llegó a casa porque Rocky se lo arrebató a un cabrón que lo iba arrastrando por la cadena desde un carro en movimiento. El perrito iba desesperado corriendo en dos patitas tratando de mantenerse al ritmo del auto y no ahorcarse con el collar o despellejarse arrastrado por el pavimento. Estuvo un año sin querer acercarse a los carros, y lo dejé hasta que él mismo se quiso subir. Entonces era un bebé y no medía más de ocho pulgadas desde el piso.

Esa tarde Rocky pasó por mi trabajo y me contó lo sucedido. Tenía al perrito en su habitación y lo iba a llevar al veterinario por si alguien lo quería adoptar. En ese momento le dije que yo me iba a quedar con él. “¡Pero si ni siquiera los has visto!”. “No importa. Un  perrito que pasa por esa experiencia merece que alguien lo quiera y lo cuide. No me importa cómo sea”.

Esa tarde llegó a mi casa y la hizo suya. El mismo día empezó a hacer fechorías y haló todo el rollo de papel de baño. También ese día nos hicimos inseparables. A principio no sabía qué hacer con él, y ahora no sé cómo voy a vivir sin él. 

Chocolate se convirtió en un perro bien grande. Pasaba las 23 pulgadas de alto en el lomo y pesaba 96 libras. Era fuerte,  agresivo, y un amor.

 

De bebé sus juegos consistían en morder, aunque lo hacía bien suavemente. Cuando lo regañaba “sin morder a papá”, notaba en su cara que trataba de no hacerlo, pero su naturaleza lo obligaba. Algo instintivo lo obligaba a morder. Tengo las cicatrices en ambos brazos, y las exhibo como medallas de logro. Eso de mordisquear se le quitó y entonces solamente me daba besitos.

 

Si por él fuera, me hubiera quedado en casa todo el tiempo. Cuando salía me mordía los zapatos y el pantalón para que no me fuera; y cuando regresaba, hacía una fiesta como si pensara que nunca iba a volver. El tiempo que estaba ahí lo pasaba al lado mío.  Si me paraba a fregar se acostaba a mis pies, o por lo menos ponía una patita sobre mi zapato. A la hora de dormir, se acostaba pegado a mi espalda, mi pecho, o con su cuello sobre mi cintura si estoy de lado. La cuestión era estar en contacto. Siempre he pensado que quería ser un tatuaje para integrarse a mi piel.

El día de Navidad siempre le puse regalos como si los hubiera traído Santa Claus. Ese día se despertaba y encontraba juguetes debajo del árbol que hasta entonces había permanecido vacío. 


Su cara era exactamente igual a la de cualquier niño pequeño que encuentra regalos. Primero sorpresa, luego no sabía por cuál empezar o con cuál jugar primero. A todo esto los traía uno a uno para que yo los viera.

Cuando tenía un “guguete” nuevo, se volvía loco. Esa noche se lo llevaba a la habitación y dormía con él. Tenía una tablilla en el cuarto para poner sus cosas y que no estuvieran regadas por todos lados. 

Una vez él mismo colocó su juguete, una bola roja y un sorbeto que había estado masticando, en la tablilla antes de ir a dormir, seguramente por haberme visto hacerlo siempre.

 Recibía el Año Nuevo abrazado a Chocolate, tratando de calmar su ansiedad por las detonaciones de dinamita de mis amables vecinos. Me daba cuenta de que estaba con la compañía perfecta; el cariñoso incondicional, y el que compartía mi día a día en las buenas y en las malas. El rato estaba genial.

Cuando empezaban a disparar fuegos artificiales, salía con él a la marquesina, lo abrazaba bien fuerte y así juntos vemos el espectáculo de luces. Le hablaba tonterías como “¡mira ese qué lindo!... ¡mira los colores de ese!... ¡mira ese otro! Así pasamos el rato, y él entendía que la explosión es parte de las luces y no se  asustaba.

Un día, a las cinco de la mañana lo despertó una pelea de gatos callejeros y salió a ladrar como un demente. Como si fuera poesía, debe haber despertado a todos los vecinos a esa hora. “Quid pro quo” - me aterrorizas con tu dinamita, y yo no te dejo dormir con mi ladrido. Definitivamente poético.

Cuando enfermó todo empezó a ir para atrás. Al final dejó de comer, se babeaba y hacía caca encima, y dejó de darme besitos. En el último viaje al hospital, en lo que esperábamos turno, le pedí un besito por aquello de intentarlo. Ese besito en el carro sí me lo dio. Me lo tomé como despedida, y se le devolví. Ese último besito lo tengo grabado en la mente, y nunca lo voy a olvidar.

Chocolate volvió a casa unos días después, en una urna con su nombre. Está en nuestro cuarto como siempre, en un lugar privilegiado.


Como escribe el poeta Pablo Neruda:

 “Y yo, materialista que no cree en el celeste cielo prometido 

para ningún humano, 

para este perro o para todo perro 

creo en el cielo, sí, creo en un cielo 

donde yo no entraré, pero él me espera

ondulando su cola de abanico

para que yo al llegar tenga amistades.”

“Mi perro me miraba 

dándome la atención que necesito, 

la atención necesaria 

para hacer comprender a un vanidoso

que siendo perro él,

con esos ojos, más puros que los míos,

perdía el tiempo, pero me miraba

con la mirada que me reservó

toda su dulce, su peluda vida,

su silenciosa vida,

cerca de mí, sin molestarme nunca,

y sin pedirme nada.”


- Del poema ‘Mi perro ha muerto’


Chocolate  2014 - 2023