lunes, 14 de septiembre de 2015

A la hora del Ángelus

Siempre me imaginé una escena romántica parecida a La Pietá, en la que una mujer vestida de encaje blanco aparece llorando arrodillada en el piso, con la cabeza de su marido muerto apretada contra el pecho mientras su traje se mancha poco a poco con la sangre que sale de la herida del balazo. En mi versión, a lo lejos se escuchan las doce campanadas del mediodía y un murmullo que reza el Angelus. Ahora que lo pienso, el momento en realidad fue macabro, con pedazos de cráneo, piel, cabello y sangre por las paredes de la sala... y seguramente nadie siguió rezando después de escuchar el disparo.


Abuela me contó un par de veces la historia cuando yo era pequeño. Me habló sobre un primo que se había quitado la vida hacía muchos años, y que los visitantes encontraron a su esposa acariciándolo cuando regresaron al sentir la detonación.


Todas las mañanas de domingo en esta casa había “romería, una celebración acostumbrada en España, y después, al mediodía se celebraba una misa en la gruta que habían erigido más abajo en la finca a la entrada de Trujillo Alto. Usualmente la misa la oficiaba un sacerdote de alta jerarquía en San Juan, a veces hasta el mismo obispo. Ese último domingo, cuando los asistentes salieron a caminar hacia la gruta después de desayunar, Don Angel le dijo a su esposa “Adelántate, que voy enseguida”. Ella salió, cerró la puerta tras de sí, y en ese momento sonó el disparo. La señora abrió de nuevo y se encontró con el horrendo espectáculo. Corrió al cadáver, pero ya no había remedio.  Los visitantes que acababan de salir de la casa comenzaron a regresar y se encontraron a Doña Manuela en aquel abrazo final.


Un día se me ocurrió escribir sobre el suceso que me contaba abuela, y comencé a indagar. En realidad quería asegurarme de que el cuento fuera cierto, y no estuviera yo contando alguna historia irreal. Lo más sensato que me pareció fue buscar en los periódicos antiguos de la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico. Finalmente hacia febrero del 1930 apareció la esquela del susodicho primo y una cortísima nota comentando el deceso, pero sin mencionar la causa. Para la sociedad y para muchas religiones occidentales, el quitarse la vida no es aceptable, así que no se habla de ello. Si estuviéramos en Japón, el seppuku sería otro cantar.


Comencé a escribir algo corto, pero de todos modos seguía inseguro. Entonces se me ocurrió ir a la gruta, que todavía existe, y en donde había escuchado que aún se celebraba misa. Llegué temprano, participé de la misa, y después caminé hasta lo que fue la casa, y que ahora es la oficina de administración. Nadie sabía nada, hasta que alguien finalmente me señaló a un señor que estaba de jardinero.


Me le acerqué, me presenté y comenzamos a hablar sobre el primo de abuela. Me contó que él era muy niño, que vivía en una barriada cercana, pero que se había convertido en el favorito del señor, que siempre andaban juntos, y que desde entonces se ha mantenido trabajando en la finca. Que en Navidad Don Angel le hacía regalos a toda la comunidad y que era muy querido. Me contó muchas anécdotas sobre el primo de abuela, todas con mucho cariño y mucha nostalgia.


Para entonces me llegó el momento de hacer la pregunta - “¿Es cierto que se quitó la vida?”. La cara de aquel viejo cambió y se puso pálido. Se llevó las manos a la cara y se echó a llorar. Estuvo llorando con tanto sentimiento y por tanto tiempo, que no supe qué hacer. Intenté un poco consolarlo, hasta que se repuso y finalmente me dijo que sí, “... pero no quiero hablar de eso”. Se despidió, se marchó y me dejó solo, allí en el banco de cemento del jardín en donde nos habíamos sentado.

Yo me fui para casa, y no he podido terminar la historia porque se me hace muy fuerte. Aquí sólo he expuesto lo que contó mi abuela. Papi decía que cuando muchacho, visitó muchas veces a doña Manuela al asilo de Puerta de Tierra en donde terminó sus días. Monona le llamaba él.


He preferido no identificar al señor, por respeto a su memoria. Nadie supo por qué tomó la fatal decisión, pero ya no hace falta. Era escritor, militar, político y comerciante. En la calle Tetuán del Viejo San Juan, está su nombre entre los azulejos que recubren la fachada de la fábrica de refrescos El Polo Norte, que era su negocio.

También en la librería de más arriba está su nombre en las portadas de varios libros que escribió: la Crónica de la guerra Hispanoamericana, en la cual participó, y una recopilación de artículos que escribió con el seudónimo Remigio. 

Más abajo, en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzis del Viejo San Juan, también aparece su nombre esculpido en la lápida en que yace al lado de su señora, cerca de las murallas que defendió. Pero allí no aparecen los títulos ni los apellidos. En ese mármol sólo dice “Angel y Manuela”.



Angelus Domini nuntiavit Mariæ.

Et concepit de Spiritu Sancto.
Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum. 
Benedicta tu in mulieribus, 
et benedictus fructus ventris tui, Iesus.
Sancta Maria, Mater Dei, 
ora pro nobis peccatoribus, 
nunc et in hora mortis nostræ. 
Amen.



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