miércoles, 16 de octubre de 2013

“Los hechos solamente, señora” - Joe Friday, Dragnet.


El “Chango” haló el martillo del revolver, lo que hizo girar el barrilete para alinear una de las balas hacia el cañón, y puso el dedo en el gatillo. Manolo sintió la vibración de los metales en el hueso del cráneo, porque tenía el arma apretada contra la nuca. ¡Dame los chavos, cabrón, dame los chavos! le gritaba desesperado. 

El psiquiatra me dijo un día que cuando pasara por una experiencia traumática, la escribiera como si fuera una historia, en tercera persona. Como si fuese otra persona que lo está viendo, pero que no soy yo. “Escribirlo es como un exorcismo”, me dijo. “...Te saca los demonios de adentro”.

Manolo supo cómo se llamaba el asaltante porque su compinche lo llamó varias veces, delatándolo sin darse cuenta. Ese se había quedado afuera del almacén en donde está la caja fuerte en el trabajo de Manolo, velando a los otros empleados del negocio, a quienes mandó a acostar boca abajo en el piso.

Paréntesis Informativo: Si compras el marbete de tu carro en el Banco Popular, tienes que acordarte en qué sucursal lo haces, porque el banco archiva los papeles y no los envía al Departamento de Obras Públicas. Ellos presumen que una vez sacas tu marbete no vas a tener problemas por un año. Sin embargo, si tratas de sacar una copia de la licencia del carro en el DTOP, como no tienen constancia de que compraste el marbete, no te la dan. Tienes que ir a la sucursal del banco en que compraste el marbete originalmente, pagar veintiún dólares para que te den un Certificado de Pago de Marbete, y regresar a Obras Públicas. Entonces sí. Esto lo supo Manolo porque “Chango” le tumbó la cartera junto con los chavos del negocio, y tuvo que hacer las gestiones de nuevo: sacar las licencias del carro y la de chofer. 
Continuemos:

El Chango lo dejó encerrado en el almacén después de echar el dinero en la mochila que había traído, como si fuera un estudiante universitario que paseaba por el centro comercial. El guardia los había visto, pero no les dio importancia. Dos chamacos más. Una vez el asaltante salió del almacén, Manolo le escuchó preguntar por el equipo de cámaras de seguridad a los demás rehenes, y correr hacia la oficina que le habían indicado. Unos segundos más tarde se escuchó una detonación, que los compañeros interpretaron que era el disparo con el que habían asesinado a Manolo. Un par de minutos después, los ladrones regresaron al área original para preguntar por dónde era la salida trasera del local, y por ahí mismo se escaparon.

Los muchachos esperaron un tiempo razonable antes de salir del negocio a buscar un policía. Una vez lo encontraron, entraron escoltados a buscar el cadáver de Manolo. Como habían estado boca abajo todo el tiempo, no sabían qué era la conmoción que había fuera del espacio en donde estaban confinados. Buscaron infructuosamente en la oficina, llamaron a Manolo por todo el local y finalmente pasaron al área de la caja fuerte donde lo encontraron. Vivo.

Estuvo encerrado exactamente ocho minutos. Por reloj. Está seguro porque miró muchas veces su reloj durante esos ocho minutos. Estuvo tranquilo sentado en el piso, en paz, porque en cierto modo sentía que esa situación estaba por pasar, era esperada, y ya había salido ileso de ella. Ya pasó.

Manolo es fanático de las series de policía en la televisión. Su favorita es SVU. Hasta recita el mantra del principio del programa con el locutor y pone la voz igual de grave: "In the criminal justice system, sexually based offenses are considered especially heinous. In New York City, the dedicated detectives who investigate these vicious felonies are members of an elite squad, known as the Special Victims Unit. These are their stories." Pero la historia de este asalto no hubiera salido ahí porque no tenía nada de sexual. Quizás en “Law & Order”, pero muy probablemente en “La Tremenda Corte” con Tres Patines y la Nananina.

La explosión que escucharon fue la del tiro que le pegaron a la máquina grabadora de las cámaras de seguridad cuando no pudieron arrancarla. El disparo amplificado por el eco del local vacío pareció más grave de lo que fue.

Otro paréntesis informativo: Cancelar las tarjetas de crédito no es un problema. Solamente tienes que llamar a la compañía e informar que te asaltaron y te llevaron la cartera, y eso es suficiente. El teléfono celular también es sencillo si la cuenta está a tu nombre. Si está a nombre de la compañía, tiene que llamar el agente principal. Si no, nacarile. De todos modos informa lo sucedido para que conste y cuando finalmente cancelen la cuenta, sepan la fecha desde cuando dejar de cobrar. 
Regresemos a la historia en curso, pero esta vez en flashback:

Manolo salía del almacén con un supervisor temprano en la mañana, cuando se topó con un tipo desconocido, que anunció el asalto. Enseguida le pegó el revolver en la frente y le pidió los chavos. El asaltante lo guió hacia el área de la caja fuerte, porque obviamente alguien que trabajaba en el negocio le había dicho en donde estaba. Lo que estaba sucediendo en el resto de la tienda lo vino a saber después, cuando sus compañeros intercambiaron historias.

Era un muchacho blanco, pero los compañeros insisten en que era negro.  Siguió las instrucciones del asaltante al pie de la letra, pero sus compañeros insisten en que peleó, lo empujó y forcejeó con él. Piensa que le habló tranquilamente, pero sus compañeros insisten en que Manolo lo insultó y le habló bien malo. De “jodío cabrón hijueputa” pa’bajo no le dijo nada. El revolver con que le apuntó era plateado, pero sus compañeros insisten en que era negro. Pues ¿quién sabe? Aparentemente la percepción de lo que sucede en un momento de estrés es distinta a la realidad. 

“Es como ver un capítulo de ‘La Dimensión Desconocida’, y luego apagar el televisor”, le dije al psiquiatra. 

El Chango estaba bien agitado, gritaba y manoteaba mucho, pero Manolo estaba confiado porque sentía que no tenía mala “vibra”. Que no tenía intenciones de matarlo. En el momento en que el chango haló el martillo del revolver, Manolo tuvo duda. ¿Si no me vas a pegar un tiro en la cabeza, pa’ qué carajos halas el martillo? Esa era la pregunta. Pero el asalto pareció ser “por joder” y no con intención de asesinar a nadie. “¡Acuéstate en el piso! cabrón, ¡Acuéstate en el piso en lo que salgo...” le exigió el Chango. “Qué carajos, cabrón, tu no ves que esto es muy chiquito y yo no quepo aquí acostado, puñeta?” le gritó Manolo de vuelta. “Pues dame la cartera y el celular, ¡Cabrón!” le gritó finalmente el Chango y salió del área molesto, con el botín en la mochila y con prisa a buscar las cámaras.

La policía llegó, luego los detectives y los técnicos investigadores. Mucha pregunta, entrevistas y visitas, para nada. Lo de siempre. Que si un inside-job, que si pa’ droga, que si los del caserío. Nunca cogieron al Chango. Lo de siempre. Chango se debe haber dividido los ochocientos míseros pesos que se llevó con el compinche, y colorín colorado. Nada, lo de siempre... lo normal.

“Señoras y señores: La historia que acaba de ver es real. Los nombres han sido cambiados para proteger a los inocentes.” - Dragnet, (1951)


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