jueves, 17 de octubre de 2013

Oda al Tomate


La calle

se llenó de tomates,

mediodía,

verano,

la luz se parte

en dos mitades

de tomate,

corre

por las calles

el jugo.


En diciembre

se desata

el tomate,

invade 
las cocinas,

entra por los almuerzos,

se sienta reposado

en los aparadores,

entre los vasos,

las mantequilleras,

los saleros azules.

Tiene

luz propia,

majestad benigna.

Debemos, por desgracia,

asesinarlo:

se hunde
 el cuchillo

en su pulpa viviente,

es una roja
 víscera,

un sol
fresco,

profundo,

inagotable,

llena las ensaladas

de Chile,

se casa alegremente

con la clara cebolla,

y para celebrarlo

se deja caer

aceite,

hijo
 esencial 
del olivo,

sobre sus hemisferios 
entreabiertos,

agrega la pimienta

su fragancia,

la sal su magnetismo:

son las bodas

del día
.
El perejil

levanta
 banderines,

las papas

hierven vigorosamente,

el asado
 golpea

con su aroma

en la puerta,

¡es hora, vamos!

y sobre la mesa, 
en la cintura

del verano,

el tomate,

astro de tierra,

estrella repetida

y fecunda,

nos muestra

sus circunvoluciones,

sus canales,

la insigne plenitud

y la abundancia

sin hueso,

sin coraza,

sin escamas ni espinas,

nos entrega
el regalo

de su color fogoso

y la totalidad de su 
frescura.


Pablo Neruda
(1904–1973), poeta chileno, considerado entre los mejores y más influyentes artistas de su siglo; “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”, según Gabriel García Márquez. Entre sus múltiples reconocimientos destacan el Premio Nobel de Literatura en 1971 y un Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford.


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